Circula por internet este texto, que alberga una gran verdad:
Algún día tus hijos te descubrirán. Te prometo que lo harán. El tipo de padre/madre que eres. El tipo de cónyuge que eres. Cómo tratas a otras personas. Cuánto amor tienes por los demás. O eres alguien a quien admiran o alguien a quien nunca querrán parecerse.
Desconozco de quién es obra. Si lo sabes, te agradezco que me lo indiques.
Y quiero reflexionar sobre dicho texto. De entrada, creo que es cierto. Creo que cuando nuestros hijos son pequeños nos van a admirar sí o sí. Pero cuando se acerca la adolescencia -y años siguientes- ya solamente se admira lo realmente bueno. De hecho, pienso que es muy difícil que un hijo adolescente te admire y exprese tu admiración, así que bien puede ser un buen parámetro.
Pero quiero y debo hacer dos apuntes más.
Ninguno de nosotros somos, por suerte, perfectos. Todos tenemos luces y sombras que nos definen. Así que sería bueno ser conscientes de que tendremos motivos de admiración y motivos de todo lo contrario. Ese es el primer apunte. Estate tranquilo si no eres perfecto, porque no se trata de serlo.
El segundo apunte es algo que creo que es lo más difícil en el proceso de crecimiento, incluso ya adultos: ser conscientes de cuánto hicieron mal nuestros padres, ser capaz de ver sus errores. Se da aquí una curiosa paradoja que mi experiencia me ha enseñado: cuanto peor lo han hecho tus padres -cuanto peor educado estás-, más fácil es que justifiques su comportamiento (tenían mucho trabajo, eran así, tuvieron una infancia muy dura, etcétera, etcétera). Sin embargo, cuanto mejor lo hayan hecho tus padres -cuanto mejor educado estás- más fácil es que seas consciente de sus errores y de comportamientos que no quieres trasladar a la siguiente generación.